viernes, 24 de septiembre de 2010


1. Ya nadie lee a Roberto Arlt directamente. Es imposible. Enfrentarlo es enfrentar una o varias lecturas. Como autor canonizado, forma parte de ese equívoco que llamamos “literatura argentina”. Ese corpus siempre incompleto y sospechoso, lo admitió hace años. Luego, no lo soltó. Por ejemplo, la edición de Losada de Los siete locos que ahora consulto salió en la colección “Maestros de la literatura contemporánea”. Los títulos de estos libros iban en dorado sobre tapa dura. Fiel a la duplicidad arlteana –y a cierto patrón de consumo cultural porteño– se vendían en los kioscos de revistas. Entre la letra dorada y el kiosco, entonces.

2. Por otra parte, la novela no es un género rígido ni escolástico y desea el comercio con la heterodoxia. Así, Arlt nos puede llegar ahora servido en la bandeja pedagógica de la escuela secundaria, terciaria o universitaria. (Bandejas que pueden ser de plata o de plomo.) Sus disruptivas novelas y su periodismo, otrora vehículo de verdad para el hombre que lee en el bar, se estudian hoy bajó la dulce férula del docente. Sin embargo, la inmovilidad está lejos. Si bien hay un Arlt que es prócer de la menguada izquierda y del muy activo progresismo, hay otro que resulta antecedente del punk y del trash metal.

3. Entre estos extremos, las prolijas lecturas de Elsa Drucaroff y Sylvia Saitta coinciden en darnos un autor de cuerpo entero, poco fragmentado. Andrés Rivera propone un Arlt serio y comprometido con las causas sociales. David Viñas dice que insulta al rival y después termina dándole una piña al árbitro. Ricardo Piglia lo presenta como un narrador de anticipación que cruza tradiciones y funda la mirada del siglo XX. Fogwill lo toma para recordar que en la narración crítica está permitida la arrogancia y es más, resulta aconsejable y tonifica cuando condiciona hacia adentro y desafía hacia afuera. César Aira le dedicó un ensayo donde rescata la dimensión monstruosa de su obra. Oscar Masotta lo sacó del consenso de la izquierda y lo remixó generando una actualización de sus ideas sobre el simulacro político, el capital y la sexualidad que todavía sigue vigente. Son muchos los que se candidatean para heredarlo. Pero si hubiera que encontrar una extensión suya en la segunda mitad del siglo XX, habría que pensar casi exclusivamente en Carlos Correas, el traidor, el resentido, el desclasado, un suicida que eligió el año 2000 para irse, dejando en el mundo una obra impresionante por su precisión y amargura.

4. La primera novela de Arlt, El juguete rabioso, suerte de Enrique de Ofterdingen con overdirve y flanger, puede ser leída como refutación y reescritura superadora de Potpurri de Eugenio Cambaceres. Jorge Asís dijo que es imposible leerla de joven y no querer escribir así. Coincido. Luego, lo que aparece con Los siete locos es cierta madurez y el abismo de la política. Silvio Astier ya traicionó y escapó. Ahora Remo Erdosain entra –vuelve a entrar una vez más– a la oficina en donde comienza su historia. ¿Dónde termina? Publicada en 1929, Los siete locos detalla con una precisión sobrenatural buena parte de la vida social del siglo XX. Por esto, transitar el amplio hall bien iluminado de la “literatura argentina” implica descender un par de peldaños al húmedo sótano del Astrólogo, donde trabaja la imprenta falsificadora y se maquinan planes salvación por vía de la destrucción.

5. El género novela no logra existir ajeno a la pequeña burguesía. Esa clase vaporosa –hoy bastante de moda– es la que compra y lee novelas, o sus diferentes mutaciones. Arlt fue uno de los que mejor narró el siniestro atractivo de la marginalidad hacia la cual podemos desbarrancar y con la cual convivimos los pequeñoburgueses. Por eso las historias de Arlt triunfan y se canonizan. Sus temas son los temas que nos obsesionan desde la televisión y los diarios: el dinero, la humillación, la violencia y el sexo. Su agenda sigue siendo la agenda del novelista argentino.

6. Arlt murió en 1942, un año antes de que el GOU diera su golpe. De haber vivido, ¿cómo habría interpretado el peronismo? La lectura patética y degradante que hizo Borges del fenómeno era previsible. Pero, ¿y Alrt? En 1942, hacía ya muchos años que había dejado la novela y se había dedicado a refundar el teatro nacional. ¿Habría aceptado escribir para el escenario masivo de la televisión como hizo el dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues? Los siete locos es la confirmación alegre del talento, la dislocada certeza de que un tipo lleno de contradicciones, agresivo y descarriado, puede escribir y decir algo importante. Arlt fue un rapper, un mercachifle, un hip-hopero, el hijo de la inmigración. Vivió escuchando el sonido de la calle mientras revolvía cajones de libros usados. Se autodisciplinó y se convirtió a sí mismo en un autor. Por eso su música sigue luchando contra los que tratan de fijarlo en lecturas adocenadas y se enriquece con los que lo entienden. Es posible sentir la respiración de esa refriega, un poco animal, un poco mecánica, cuando se lo lee.