jueves, 30 de diciembre de 2010


Revolviendo unos diarios viejos, encontré esta columna que hice en marzo del 2006 para el suplemento Espectáculos de Perfil. Habla de un ídolo que comparto con algunos amigos. El título y la idea central son de Robin Wood, otro héroe creativo no ya de mi adolescencia, sino de mi vida.




"Hace unos días un amigo me preguntó cuál era mi actor preferido. Dudé entre Jean Pierre Leaud (la nostalgia de una Europa que ya no existe) y Brad Pitt (en El Club de la pelea y en Snatch, había dejado en claro que con belleza física se pueden hacer cosas diferentes). Sin embargo, respondí Bruce Willis. ¿Por qué?

Pienso un segundo en el cine San Martín de Flores, un día de verano, las paredes transpiradas y las butacas con los tapizados rotos. Son las seis de la tarde y entre la gente que fuma en la platea, estoy yo. Tengo trece años y mi abuelo me lleva al cine a ver un estreno. En la película, el Nakatomi Plaza arde en llamas y el héroe, con los pies ensangrentados, vuelve locos a los malos y tiene tiempo para ironías. La película se llama Duro de matar y cuando empieza John McClane está tratando de salvar su matrimonio. El San Martín se transformó en un cine porno y después desapareció. Antes, Bruce Willis hizo El último Boy Scoutdonde un detective cornudo y una estrella de fútbol decadente se unen contra la corrupción política y deportiva.

Cuando Bruce Willis hace de alcohólico, pierde el trabajo y exhibe sus manos y su conciencia manchadas de sangre inocente, es cuando más atractivo se vuelve. ¿Por qué? Porque no se entrega. En Sin City, el malo, monstruoso, se acaba de llevar a la Jessica Alba y él está colgando del techo. En la oscuridad del cuarto la soga alrededor del cuello se pone tensa. Y hay un momento de debilidad. “Bueno, perdí” dice y se entrega. Fundido a negro. Tenemos un nudo en la garganta. Entonces, la voz en off agrega: “No, esperen, todavía se puede”. Es el momento de hacer la diferencia.

En defensa del honor lo tiene como un coronel capturado por los alemanes durante la Segunda Guerra que busca una salida, preso dentro de su propio código militar; la seriedad impenetrable de El protegido cuenta su crisis identidad y en Tiempos Violentos mata a un hombre boxeando, traiciona y huye, pero una vieja promesa lo retiene.

Más allá de la simpatía del cínico David Addison de Luz de luna o del recio Harry Stample de Armaggedon, el papel de Bruce Willis es el del hombre que cae y se hunde, muchas veces hasta el fondo del infierno cotidiano, para que la película no sea otra cosa que el largo y doloroso camino de la recomposición personal."