jueves, 31 de marzo de 2011

Patricio Zunini de EC me hizo esta entrevista perfil.

lunes, 28 de marzo de 2011

Me publicaron "Madres de Plaza de Mayo mecanizadas" en http://fundaciontem.wordpress.com/

Excelente entrevista a Marcelo Sain.


Y acá otra:

"¿Sabés por qué se recauda? No es porque hay cuatro comisarios que intentan malversar fondos en función del enriquecimiento ilícito, es porque el presupuesto de las policías no alcanza para financiar sus gastos de funcionamiento. Y gran parte de la recaudación ilegal, va al financiamiento de la propia policía. La Federal tiene el 90 por ciento de su presupuesto destinado a gastos de sueldos. Entonces, a quién se le puede ocurrir que con el 10 por ciento del presupuesto vos puedas financiar gastos corrientes, gastos de capital y gastos de inversión. La pregunta del millón es ¿quién paga esa policía? ¿Por qué no cierra el día 10 de cada mes? ¿Quién paga la luz, quién paga el toner, quién paga la nafta de los patrulleros..? Gran parte de esos recursos proviene de la recaudación ilegal. Entonces, acá hay un problema de responsabilidad política."


sábado, 26 de marzo de 2011

Lo amargo y lo dulce, apostillas




Hace unos días escribí una columna sobre El mármol, la última novela de Cesar Aira encontrándole coincidencias y diferencias con los famosos y tan publicitados diarios de Ricardo Piglia que Ñ está o estaba dando a conocer con cuentagotas. Mi lectura, que intentaba aportar algo más que las tristes y celebratorias reseñas de siempre, no terminaba de cuajar en una idea que me siguió dando vueltas en la cabeza.

El mármol no es una novela excepcional dentro de la obra de Aira. En el inicio, el narrador va a hacer sus compras a un supermercado chino y el cajero, que no tiene cambio, le pide que sustituya su vuelto por objetos de poco valor. De esas “pequeñas mercaderías inútiles”, destacan unas pilas, una hebilla dorada, una pequeña lupa y “una cámara fotográfica del tamaño de un dado”. Cada una de esos objetos, mágicos y despreciables al mismo tiempo, tendrá un lugar clave en la trama posterior. Las pilas sirven para agilizar un control remoto extenuado que es necesario revivir, la hebilla para sujetar unos formularios que los protagonistas precisan para ganar el premio final, un supermercado gigante montado sobre el vacío, etcétera. Pese a las hipérboles y microscopías a las que nos tiene acostumbrados Aira, la trama de El mármol es simple y solamente hacia el final satura en un estallido de sensaciones alucinadas descriptas por el narrador. En más de una parte se ve cómo funciona el mecanismo compositivo descripto por Raymond Roussel en Cómo escribí algunos de mis libros. (Se hace especialmente notable en el equívoco entre la “caja registradora” y las cámaras que filman, que “registran”.)

Ahora bien, que Cesar Aira es genial ya no cabe duda. Tampoco que su repostería literaria puede empalagar. Si su juego es el juego del merengue, Aira debería admitir la justicia de algún que otro tortazo. En este caso, la repetición y cierta re utilización recurrente de trucos y técnica probados –que como autor llevó a su expresión máxima– ya cansan. El Mármol se ofrece, entonces, como una mesa dulce muy cargada a la que uno llega después de haber estado comiendo churros rellenos y bolas de fraile durante una semana.

Por su parte, Ricardo Piglia construye sus diarios con una prosa seca, realista, vital pero ligeramente desilusionada, que bien podría ser entendida como algo amargo. El mundo está ahí, lleno de pequeñas epifanías y momentos de sensualidad, pero es inasible, por eso hay que resignarse a ser un observador, un pequeño protagonista, un habitante extrañado de sí mismo. Lo importante parece ser paladear mucho, acurrucarse, extremar la sensibilidad porque todo tiene algún sabor para dar.

En general y por default, se prefiere lo dulce a lo amargo. Lo amargo estaría cargado con una impronta negativa, asociada a la hosquedad, a lo desagradable, al poco roce social, a la bilis. Mientras lo dulce sería lo suave, lo agradable, lo que halaga, lo que no trae conflictos y es deseado. El uso de ambos conceptos como adjetivos es elocuente. Sin embargo, la dicotomía acepta matices y puede generar equívocos. Lo dulce puede resultar aberrante, empalagoso, tentador de una gula insatisfactoria, tentador del gesto barroco innecesario. A la larga puede dar asco. Por su parte, lo amargo, en dosis aceptadas se vuelve apreciado, genera equilibrio, es confiable. ¿No es mejor un sabor amargo y conocido que uno dulce y rancio? Una vez, David Viñas propuso leer la historia argentina entre los que toman mate dulce y los que toman mate amargo. No es mala idea, siempre y cuando se atiendan los matices. Ahora, después de que mi breve análisis se publicó, comprendo que debería haber leído la novela de Aira y los diarios de Piglia desde el gusto que dejan en la boca. Si Quevedo, retirado en paisajes desértico, escuchaba a los muertos con los ojos, bien se podría montar un aparato lector con la lengua, que, después de todo, es un órgano innoble, baboso, oscuro, húmedo, pero fundamental, quizás, casi seguro, el más fundamental de todos.

viernes, 25 de marzo de 2011

Korn featuring Amy Lee - Freak On A Leash


Nuestros mitos contemporáneos.

Ricardo Piglia, César Aira, lo pequeño y lo banal



Sorpresa: La revista Ñ empezó a publicar los famosos diarios de Ricardo Piglia. En la tercera entrega del sábado 12 de marzo encontramos, bien dispuestas, con prosa seria y atractiva, melancólicas observaciones que enhebran citas de películas, de libros y breves narraciones. Un lunes, cuando vuelve de recorrer la ciudad nocturna, Piglia escribe: “Había dejado de tomar alcohol y tenía pequeñas perturbaciones que me producían efectos extraños”. Al día siguiente anota: “El cansancio acumulado y un breve disturbio neurológico me producía pequeñas alucinaciones”. Más tarde habla con un croto que guarda sus cosas en un carrito de supermercado y cuando revisa su correspondencia encuentra “nada importante, facturas sin pagar, folletos de publicidad”. Otro lunes, lo sobresalta una llamada sospechosa –¿un dealear, un estudiante?– y escribe: “Pensé que todo era tan insólito que seguro era cierto”. El mismo día observa a una mujer en jogging haciendo Tai-Chi. ¿A qué suena esto? Lo pequeño, lo alucinado, el Tai-chi, el croto… ¿Es posible que recuerde un poco a El mármol, la última novela de César Aira, publicada este año por La Bestia Equilátera?
En El mármol, la escena que dispara la narración ya resulta clásica de Aira. El narrador va a hacer sus compras a un supermercado chino y el cajero, que no tiene cambio, le pide que sustituya su vuelto por objetos de poco valor. De esas “pequeñas mercaderías inútiles”, destacan unas pilas, una hebilla dorada, una pequeña lupa y “una cámara fotográfica del tamaño de un dado”. (La escena funciona como la dilatada relación entre el escritor y el editor de La vida nueva, una de las mejores novelas recientes de Aira.) Cada una de esos objetos, mágicos y despreciables al mismo tiempo, tendrá un lugar clave en la trama posterior. Y, por supuesto, como estamos leyendo a Aira, promediando la novela unos chinos adoradores de un sapo de piedra se declararán parte de un grupo extraterrestre que padece un insomnio de 250 millones de años.
Más allá de que uno cultiva el “delirio” y el otro, la introspección realista, Aira y Piglia comparten, en estos textos, pequeñas teorías de lo cotidiano, teorías llenas de observaciones, falsa humildad, pliegues y astucia. Estaría funcionando lo que Aira define como una “microscopía del provecho”. Asociado a lo pequeño, también aparece la falta. Citando a Tolstoi, Piglia dice: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir”. El supermercado chino de Aira, por su parte, está montado sobre una gran cantera de mármol: “¡El supermercado estaba sobre el vacío!”. Los signos de exclamación le pertenecen. Dos escritores de los grandes, entonces, hacen pequeños movimientos en lugares con mucho eco. Piglia desde las páginas de la revista cultural más importante de Argentina, Aira desde una editorial chica, sí, pero que le diseña tres tapas diferentes a su novela. El retrato de lo banal también funciona en los dos, casi como una reivindicación de la futilidad de la literatura.

Así y todo, los dos narradores son muy diferentes. El narrador de Aira es un Seinfield neurótico y “calculador”. Su cuerpo biológico lo asombra. Ve enigmas e intrigas porque está aburrido y entiende “apenas lo necesario para actuar”. Por el contrario, el narrador de Piglia, que se sobreimprime de forma más contundente con su autor, es parco, y algo desgastado, ve conexiones y las señala a medias para que el lector complete lo que falta. La prosa de Piglia es seca, consistente, atractiva. A diferencia de Aira, su impresionismo es creíble.

Por otra parte, insistiendo con una novela que viene escribiendo desde hace veinte años, Aira se repite y cada vez se pone más careta. La evidente influencia técnica de Raymond Roussel ya cansa y así, en El mármol, en vez de asombro encontramos tedio. Un tedio interesante, bien construido, pero tedio al fin. Si fueran viejos amigos del secundario, Aira contaría muchas mentiras y, aunque divertido, se pondría enseguida un poco pesado. Piglia, por su parte, sería el solitario de gustos anacrónicos, con el que cada tanto está bien tomarse una cerveza. Si fueran magos, Aira sacaría espectaculares animales de su galera sin capturar nuestra atención, mientras Piglia daría un sobrio show de sobrio prestidigitador a lo René Lavand. Si fueran boxeadores, Aira saltaría en el ring mostrando mucha velocidad, pero sus golpes se podrían anticipar. En cambio subestimar los trucos old school de Piglia resultaría un error. Ahora bien, de ser mujeres, los dos serían damas mayores, pero mientras Aira intentaría parecer joven con los mismos afeites de siempre, Piglia nos miraría como una consciente matrona que sabe que el tiempo lo arrasa todo y que la experiencia puede determinar una conquista. La diferencia es simplemente abismal.

(Publicado en El Guardián, marzo del 2011)

jueves, 24 de marzo de 2011

"Para no olvidarse y tener memoria, el ruido es mejor que los minutos de silencio"


El 24 de marzo son los 92 millones con los que comenzaba mi DNI de residente extranjero permanente.

El 24 de marzo son las preguntas que me hacían de chico por ese 92 millones: “¿Por qué 92? ¿Tus papás son extranjeros? ¿Costa Rica es lo mismo que Puerto Rico? ¿Si nacés en Costa Rica sos puertorriqueño? ¿Y si tus papás eran argentinos por qué se fueron?

El 24 de marzo son aquellos recitales a los que nos invitaban desde pendejo con las distintas bandas que tuve para recordar la fecha y a los que iba queriendo decir algo inteligente, pero lo más inteligente era simplemente estar ahí, sabiendo que no queríamos ser ni milicos, ni vigilantes aunque nos chupara un huevo la política y nos importara más la distorsión y tocar un par de canciones.

Nunca nos invitaron a tocar con una banda a los festejos de un 9 de Julio, un 25 de Mayo o al Día de la Bandera, pero sí para un 24 de marzo. Siempre alguien arma un sonido precario en algún escenario y planta gente con una viola eléctrica colgada. Porque para no olvidarse y tener memoria, el ruido es mejor que los minutos de silencio.

No militaban con Belgrano, ni con San Martín, ni con Saavedra o Mariano Moreno, pero cuando se recuerda como una fecha nacional el 24 de 1976, pienso en ellos porque eran parte activa de la historia. Pienso en ellos, sus amigos y las ideas que tenían para el mundo. Y también las que tenían y tienen para la vida de todos los días.

El 24 de marzo son mis viejos.

miércoles, 23 de marzo de 2011

http://www.fundaciontem.org/

domingo, 20 de marzo de 2011

Juicio a Taringa: La guerra digital de los cien años recién empieza



Se los cuento como me lo contaron a mí. Le hicieron una denuncia Taringa por violar derechos de propiedad intelectual. Y parecería que se le dio curso a la denuncia y la sentencia ya está firmada. Así que los administradores de Taringa, el sitio para compartir enlaces más importantes de la región, tendrían que pagar por infringir las leyes del copyright, ese instrumento de protección que surgió en Inglaterra hacia el 1700. (Ni Shakespeare ni Chaucer lo conocieron y mucho menos Dante, Cervantes o Molière.) Al parecer, lo que motivó la denuncia fue el link a unos libros del jurista Edgardo Alberto Donna. En el juzgado donde cayó la denuncia se armo bastante revuelo. No es para menos. Hay antecedentes directos. A fin del año pasado un ciudadano boliviano le hizo juicio al mismo sitio por los comentarios discriminatorios que sufrió uno de sus posts. No sirvió de nada que los dueños alegaran que Taringa era un ámbito comunitario donde los usuarios opinan libremente. Tuvieron que pagar veinte mil pesos por daños y perjuicios. Sin embargo, el eco que suena acá es la Ley Sinde. Bautizada con el nombre de la ministra de cultura española Ángeles González-Sinde, esta ley ya generó un grupo comando que va por la meseta castellana y aledaños incautando CPUs y cerrando boliches. Amador Fernández-Savater, editor y activista del CopyLeft, fue invitado –por azar o por error– a una reunión con la ministra para hablar sobre el tema de las descargas y escribió una crónica a la que tituló “La cena del miedo”. Se consigue en la web. Vale la pena.
¿Mirás series? ¿Descargás películas? ¿Bajás discos? ¿Usaste alguna vez el escaneado de un libro para preparar un examen? Entonces esto te toca. Pero no se trata solo de una práctica. Por atrás, hay un debate que ya es recursivo. Lo que se comparte es información. ¿La compartimos, no la compartimos, cómo la compartimos? La pelea se va polarizando, aunque estas batallas son parte de una lucha larga, estilo antigua guerra europea. (Cuando Carlos IV murió sin dejar descendencia masculina, Francia e Inglaterra comenzaron una guerra que duró 116 años; ya en el siglo veinte se habían acortado los tiempos y a Europa las diferencias bélicas le duraban un lustro más o menos.) Todas las guerras, incluso las más religiosas, tienen un trasfondo comercial. Así que me pregunto: ¿Quién resigna los beneficios? ¿Son los artistas, migajeros de la industria global del espectáculo, los que van a perder? ¿O son sus empresarios, sus chulos, productores y managers, que convencen a todo el mundo de que viajar en clase turista resulta inadmisible?
Mientras esto sucede en los oscuros pasillos de los juzgados porteños, lejos del centro, en unas oficinas de Villa Crespo que recuerdan mucho a las empresas de garaje de fines del siglo XX, dos amigos producen aplicaciones para teléfonos móviles inteligentes que no copian la idiosincrasia estática de las plataformas de la web. DigitalAttack.net intenta explorar “las potencialidades comunicacionales que abre la proliferación de smartphones y el impacto de la mobile style life en la vida cotidiana”. La lógica es simple. Las pantallas domésticas quedaron hoy demasiado grandes. En estos años vamos a ver cómo la comunicación cotidiana sale de la computadora hogareña y se instala en dispositivos portables. Los adolescentes van a consultar su facebook en el subte y van navegar para hacer la tarea muy lejos del lastre y la supervisión adulta de la computadora comunitaria de la casa. El viejo teclado periférico USB lleno de teclas inertes va a dejar de existir o quedara para los nostálgicos. Los nuevos soportes y dispositivos demandan nuevos usos. En Kiki, la excelente novela autobiográfica de la artista conceptual cordobesa Cuqui, el celular ya se describe como un aparato erótico. Dentro de poco también va a ser la principal brújula, el gran narrador y protagonista de la vida social de la ciudad. Y mientras los dispositivos se fabrican en China o en Taiwán, ¿quién va a proveer los sistemas operativos? DigitalAttack.net es valioso porque propone estar un paso adelante en la discusión de estos insumos.
Termino con dos citas. Evander Holyfield, el boxeador de la oreja mordida, le dijo una vez a la revista Esquire: “Los fallos son fáciles de corregir, pero los hábitos… Amigo, ahí sí que hay trabajo para hacer”. Y Arthur C. Clarke, mientras amaba adolescentes en Sri Lanka, avisó: “En el siglo XXI los analfabetos van a ser los que no sepan aprender cosas nuevas”. Discutir el modelo productivo de un país tiene que ver con discutir estos temas. A no engañarse. Ya no se trata del futuro, sino del presente, que tiene la cara en una pantalla.

(Publicado en El Guardián, marzo del 2011.)

domingo, 13 de marzo de 2011

  1. Juan Terranovajuanterranova Y no, no me afanó, a mi no me afana ningún negro de mierda. Salí corriendo como el correcaminos. #Nomuyvaliente
  2. Juan Terranovajuanterranova
    Ayer fui a ver a El mató y hoy un groncho me amenazó con un 32 corto desde una bicicleta para afanarme.#raraironía #gronchodemierda

sábado, 12 de marzo de 2011

Una breve arenga al gremio de la opinología


La historia ya es vieja. Vargas Llosa viene a inaugurar 37º edición de la Feria del Libro. Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, escribe una carta pidiendo que no lo haga. Escándalo. La presidenta CFK le dice a González que se deje de joder. González, entonces, escribe una segunda carta desdiciéndose de la primera. En el medio, mucha gente trata de aparecer en cámara. Primera impresión: ¿Tan controversial es Varga Llosas? ¿Tanto hay que defender la libertad de expresión? Cada vez que opina de algo más o menos político, el escritor peruano subestima a todos y en especial a sí mismo. ¿Qué arrastre puede tener hoy en nuestro electorado, en nuestra conciencia, en nuestra civilidad? La idea de que inaugurando la feria del libro modifique o dañe algún tipo de construcción política, civil o sanitaria es ridícula. De existir el “mesianismo autoritario” del que habla González en su primera carta, sería para reírse. Luego agrega que Varguitas “ofende a un gran sector de la cultura argentina”. Pero la verdad es que el novelista es un demodé que no encaja en la región. Como candidato, fracasó. Como operador político dice gansadas. La señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo agarró al vuelo. Abrió el año político con un excelente discurso y le sobró tela ¡para garantizar la institucionalidad de la Feria del libro!

Llama la atención la ansiedad de los progres. ¿O es que le faltaban algunas páginas a la fotocopia del El Arte de la guerra? Si se querían accionar sobre Varga Llosas había que recibirlo, que hablara y después, en caso de que sacara los pies del plato, darle el merecido mazazo con un clásico movimiento de retroceso, espera y emboscada. Alcanzaban dos editoriales y una cadena de mails. Pero salir a cortarlo de base desprotegió el flanco para la indignación idiota –esa la conocemos– y encima después quedaron recontrapagando. Insisto: Si Varguitas se clavaba un exabrupto contra Cristina, ganaba Cristina. Si hablaba del “flagelo de Internet” y cómo le duele que se haya perdido el viejo y ocioso arte de la novela, no pasaba nada. Por lo pronto, el peruano le dijo a Clarín que ahora la situación lo obliga “a hablar de política” y recordó que la Biblioteca Nacional tuvo como directores a “la mejor tradición argentina”. Cita a Lugones y Borges, se olvida o no conoce a Hugo Wast. En fin. El melodrama tendrá otro capítulo.

Mientras tanto, el caleidoscopio de boludeces a las que nos sometió el campo intelectual sub 70 resultó feroz. Me produjo una enorme indignación” le dijo José Pablo Feinmann a La Nación. En Newsweek, Martín Caparróz, en la peor columna de su vida, le escribió a González: “Disculpame que te diga que tu gesto me parece autoritario”. Noé Jitrik, con voz de ultratumba, sentenció en Página/12: “Pero si es peligroso politizar lo literario, como es el caso, también lo es comercializar la literatura”. Mempo Giardinelli, paranoico, vio conspiraciones. Hacer la lista completa me entristece. En su último y excelente libro, El acorazado Potemkin en los mares argentinos, editado en el 2010 en la fundamental colección Puñaladas de Colihue, González dice en relación a su educación católica: “Se equivocan los que creen que el acto pedagógico es provocar entusiasmos. El clero lo sabe con largueza: es saber provocar decepciones”. Está polémica, entonces, me resultó intensamente pedagógica.

Y digo: Festejo la reciente designación de Gabriela Adamo como la nueva directora de la Feria. Apenas asumió dijo que quería hacerla más internacional. ¿Nadie pensó en eso? A las ferias, señores, se va a comprar. Y el último premio Nobel es un gran acierto comercial. Quintín lo dijo enseguida en su blog, hoy de capa caída. Luego le pifió por mucho cuando vaticinó que Varguitas sería finalmente censurado. Como a tantos, la presidenta le tapó la boca. Termino con una breve arenga al gremio de la opinología: Colegas mayores y muy mayores, dejen de plantarles agendas falsas a los medios. No sean tan atolondrados. Convenzan a sus editores de que hay temas más urgentes. Tenemos que discutir si la AUH va a ser ley, tenemos que bajar el precio de los libros, tenemos que hablar del aborto libre. Tanto se cita la defensa del modelo, ¿pero cuál es el modelo? ¿Venderle soja a los chinos? Defender o atacar a Vargas Llosa no es importante. Estoy convencido de que hoy el modelo se tiene que discutir alrededor de la tecnología. Si nuestros editores compran escándalo, armemos un buen escándalo alrededor de estos temas. Porque si tenemos estos temas bien presentes en la agenda, nos va a dar lo mismo si la feria del libro la inaugura Ronald Reagan, el Tío Rico, Jean-Marie Le Pen o Alejandro Biondini y los siete militantes trasnochados del Partido Nuevo Triunfo.

http://abortoconpastillas.info/

Mala suerte



Vamo'a faltarnos el respeto.

Vamo'a faltarnos el respeto.

Mira, yo... quiero un hombre sin complejo.
Que tenga buenos reflejos,
pa' ver como se hace viejo.

Miro el horóscopo pa' ver que me depara,
cuando me pongo perra tu nada me para.
El chabuque esta de mi demonium
me tienes con insomnio como plaga

(con picante como tica masala)

Yo soy mas bien normalita,
¿OK? una mijita honrada.
Llevame a la cueva de los pelos arrastrando,
no me dejes ni hablar.

Si tengo la oportunidad de agarrarte como quiero la presion

(la presion)

se te va a disparar.
Onde no a prova'o baca'o es la prueba de que na'
de que na' na' se puede comparar con mama hay pápa

Estoy haciendo lo posible cada vez que me proyecto
YO NO TENGO EDAD.
Soy como el amó vamó a morir en el intento.

Si tu quieres nos ponemos contentos,
al ratito fuerte

(al ratito lento)

Me sabe mejor lo que no me da
que lo que me da hay pápa
de lo que tu tiene pa' mi,
tengo que gritar yo estoy en libertad,
vamo a ponernos a llorar.

Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Oye flaca estoy sudaca,
quiero tener sexo con caca.
kinky peludo como chubaca,
quiere tener sexo puerco sucio como de inodoro.

Oriname en el pecho,
te lo juro que yo te enamoro mi tesoro.

(escupeme en la boca)

Mientras me agarras las tetillas,
con solo verte las rodillas yo me lubrico

(hay que la tienes muy pequeña chico)

Pero eso lo sabe tu na'má' y ahora todo Puerto Rico.
Cuando lo hundo hasta lo mas profundo
me vengo rapido como en...

(5 segundos)

Pero no te me ponga violenta
que este caballo representa
y el primer polvo no cuenta.
Por ahi va el burrito savanero,
pa' malcalte pa' to'a la vida como cicatri de pandillero.

Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Vamos a hacerlo 7, 8, 9 veces,
te voy a sacar a pasear por la "Calle 13".
Pa' que vea los arbolitos, los pajaritos y que...
de una vez me chupes el pito.

Yo te quiero decir cosas bonitas
mamita pero no me sale,
es que yo fui criado por los animales sin modales.

(mamando teta de orangutanes)

Yo me quiero poner romantico
pero si tengo que cruzar el atlantico,
pa' darte pa'bajo, lo cruzo nadando
por el agua resbalando
mientras voy fumando, mi amol.

Te vo'a cantar una cancion de cuna
pa' que rompas fuente,
una lagrima pa' que le llegues a la luna,
y cuando bajes te preparo arroz con tuna.

Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Vamo'a falfarnos el respeto
usando el alfabeto completo.

Me sabe mejor lo que no me da
que lo que me da hay pápa
de lo que tu tiene pa' mi,
tengo que gritar yo estoy en libertad,
vamo a ponernos a llorar.

Oyeee anormal jaja, que ya?,
cabrona!, desgracia'o!, estupida!,
mal polla!, perra!, huevon!,
imbecil!, jinetero!, tu caca!,
ambrusio!, mala!, Calle 13!, mala!
Calle 13! mala mala!, Calle 13!, mala?

viernes, 11 de marzo de 2011

"Los hermanos rusos"


Rastros de Carmín

Descubren en un estudio de ADN cómo el hombre perdió las espinas del pene

10/03/11 - 09:47

Fue hace millones de años por un cambio genético. Servían para asegurar la relación sexual y reducir la capacidad reproductiva con otros machos.

Los chimpancés aún las conservan, pero los hombres las perdieron hace millones de años. Un estudio de ADN de la Universidad de Standford explica que los varones tenían espinas en el pene, pero que las perdieron como parte de su evolución.

Según informa el diario Público de España, tener espinas en el pene les traía a los hombres varios beneficios. El primero, aseguraban la relación sexual y reducían la capacidad reproductiva de la mujer con otros machos. Es que las espinas arrancaban parte de la piel vaginal y evitaban posibles encuentros amorosos con otros machos. Además, servían para retirar tapones de fluidos dejados por otros hombres para dificultar su acceso.

Todas estas consecuencias tienen que ver con la intensa lucha física que había entre los machos a la hora de competir por una hembra fértil. Con el tiempo y la evolución, los hombres las fueron perdiendo y eso ayudó a que las relaciones sexuales humanas fuesen más largas.

La revelación la hizo un estudio genético que aportó un catálogo de ADN perdido durante la evolución que ayudó al ser humano a deshacerse de los pinches y desarrollar un cerebro más grande. "El hombre perdió sus púas en algún momento entre su divergencia con los chimpancés, hace seis millones de años, y antes de 600.000 años atrás, cuando nuestro linaje se separó de los neandertales", explicó David Kingsley, uno de los investigadores de la Universidad de Stanford (EE.UU.) publicado por la revista Nature.

Los chimpancés, los parientes más cercanos del hombre, aún las conservan. "De hecho, los miembros erizados han sido un rasgo compartido por ratones, perros, gatos y muchos otros mamíferos durante miles de años de evolución, aunque no se ha podido demostrar para qué sirven esos pinchos, ni por qué el hombre los perdió", dice el diario español.

Los especialistas de Standford se centraron en unas partes del genoma que se conocen como ADN basura y que se pensaba que no tenían ninguna función.

Tras comparar al hombre con chimpancés y neandertales, los investigadores descubrieron que estos últimos parecen haber perdido los mismos interruptores genéticos que los hombres, "por lo que tampoco tenían espinas en el pene", aseguró Kingsley. Se trata de una parte del genoma que sí funciona en los chimpancés y por la que conservarían las espinas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Por este medio, pido perdón a todas las feministas del mundo que ofendí con mi columna y a Inti María, la curadora de arte de San Telmo. Mil perdones. Sean buenas, perdónenme. Por lo general, soy una persona inestable y bastante insoportable y de ahora en más prometo intentar portarme bien. Besos.

Genovese sobre el #PijazoGate

Esta es una versión "fría" y ordenada para su lectura de corrido de los tuits que Omar Genovese
como @genowitzky fue enhebrando sobre el #pijazogate. Este asunto fue todo una gran gansada pero Genovese logró un texto necesariamente fragmentario, bello e inteligente. Siempre es bueno que alguien tenga el talento de transformar la idiotez ajena –de la cual no me excluyo– en algo interesante.


De la Joven Guardia a la Joven Guasca. El amigo Terranova ofrece el gran salto de calidad. cc: @Volquetero @contrarreforma @diegogrillotrub

@elfaco Ok. Por eso, ahora entiendo tu referencia. Es la diferencia entre el especulador y el que fabrica el bien de uso.

En el pasaje semántico de la leche verbal a la expectativa láctea, Terranova creó la base táctica del yogurth literario

El Pijazo Argentino como sostén ideológico de la semántica #freelancer

A cada pijazo corresponde un instante de éxtasis virtual

El pijazo como consagración de la agachada en Retiro de Gombrowicz

Pijazísmicos: del pijazo transferido hacia Chile, donde Llach es ídolo de pinochetistas varios #todosaLaGiralda
La Giralda como eje este-oeste de la transformación láctea de la erección semántica.

¿Qué es un pijazo dentro de la teoría política q representa “acabaradentro“?

Acabar y acaparar van de la mano, la cosa es quién tiene la moneda para presumir de ambas cosas

Las amebas tardan mucho en llegar al orgasmo

Si una ameba enviuda, ¿se transforma en endibia?

En canal Venus: es para Terra q lo mira x TV! es para Terra q lo mira x TV! es para Terra q lo mira x TV! #pornonorepismoafull

@lexipiotti Madre se preguntaría: ¿el pijazo terranóvico es orgásmico o protoorgásmico? ¿Puro apronte o explícita penetración? #filosofía

La pregunta del siglo XXI, ¿ser o acabar? cc: @Volquetero @diegogrillotrub @contrarreforma @wortwoman

Me pregunto, ¿no es injusto q #bracito no pueda masturbarse como Terranova manda? #pajaeraladeantes #holainadi

¿Qué es peor? ¿Acabar encima de las mujeres o quemarlas? #preguntaleaterranova

Avísenle a Terranova q lo busca el Sr. Tokuro de Lamborghini: debe cumplir con su palabra (La causa justa)

Después de la promesa contra natura de Terranova, lo de Llach queriéndole pegar a Freidemberg es de bufarra.


martes, 8 de marzo de 2011

Me das miedo, Lucía

Para María Bayer y María Moreno,

por motivos distintos.


A veces te toca el dolor.

Una novia te ata las manos a la espalda y te chupa las orejas. Después, te sacude un golpe en el estómago. Tiene la mano pequeña como una ciruela, pero igual duele. Es una experiencia que no se olvida.

Sobre el sadismo uno escucha historias todo el tiempo. El tipo al que le pusieron un candado en las bolas en su despedida de soltero y después el pito se le secó como una rama. El tipo que jugando a la asfixia apareció sentado en el inodoro, el culo metido en la taza, las rodillas a la altura de las orejas y la cortina de baño alrededor del cuello. El tipo que pidió un taxi boy a domicilio, lo ató, le vendó los ojos y lo tuvo encerrado durante veinticuatro horas, pasándole un cuchillo de cocina por la cara.

Con el masoquismo es diferente. Se cae muy fácil en la risa y en el ridículo. La gente es así. Se puede imaginar a sí misma dando dolor y sintiendo placer con eso. Pero recibir dolor es más complicado. Les da vergüenza, los violenta. El sadismo es algo que se aprende con la educación elemental. De ahí a desarrollarlo es otro tema. Con el masoquismo es diferente. Crece fuerte, como una enredadera en la sombra.

Para empezar hay una idea general bastante errada sobre el masoquismo. La imagen del cuero, el látigo de siete puntas y el acero cromado. Eso es simplista. Es como hablar de sexo vía Disney: fantasía, películas y dibujos animados. Las mujeres pueden usar el cuero para seducir, pero los disfraces de dominadora neo-nazi, por lo general, dan un poco de risa.

Una vez tuve una novia que estudiaba sociología. Era muy bella. Y estaba loca. Hicimos el amor por primera vez, parados, contra los azulejos helados de un baño. Entre otras cosas, me metió el dedo anular de la mano derecha en el culo. Era un baño en invierno en una quinta a la que nos habían invitado a comer un asado. También tuve una novia veterinaria. Una vez examinamos juntos una vizcacha muerta por casi cuarenta minutos. Le sacamos las tripas con una cuchara. Tuve otra novia estudiante de medicina que se ponía un delantal con olor a formol y me contaba sobre las disecciones. Tuve una novia que trabajaba en una agencia de publicidad. Veinte horas por día en una oficina haciendo campañas de zapatillas, celulares y autos. Pesaba cincuenta y siete kilos pero en la cama era como una prensa hidráulica.

La estudiante de medicina me confesó una vez que cuando traían los cuerpos en la clase de anatomía no podía dejar de mirarles los genitales. “Una vez me quedé sola en el salón de disección y me contuve para no meterme la verga de un muerto en la boca.” El olor a cloroformo la hacía volar.

Lucía, sin embargo, era diferente. Un día me cortó las uñas de los pies con una tijera que casi no tenía filo. Parece tonto, pero los ojos le brillaban. Nos encontramos por primera vez en una fiesta. Hablamos mucho hasta que ella me dijo que me estaba repitiendo. Nos fuimos a su casa, me clavó las uñas en la espalda y me dejó marcas. Anoté su teléfono en un papel. Nos empezamos a ver seguido.

Su departamento tenía un solo ambiente, grande y un ventanal por donde se veían las luces de la ciudad. Lucía trabajaba en un museo.

— Sabías que estudié en La Plata, ¿no?

Yo no sabía.

— Pero en realidad nací en Posadas.

Una vez estuve en Misiones. Los mosquitos eran grandes y vidriosos. Te perforaban la piel con una indiferencia grosera. Después, a rascarse las ronchas hasta que salga sangre.

— Es una ciudad de mierda, pero la gente es más liberada que acá —decía ella.

Un día me mordió, me hizo doler y después fue hasta la heladera y trajo un pedazo de hielo. Me contó que había visto una película donde una prostituta le metía un pedazo de hielo en el culo a un cliente.

El masoquismo no es una hoja de afeitar en la planta del pie, no es un destornillador en la oreja. Está más cerca de leer por obligación autoimpuesta a los viejos escritores de siempre. Arrancarse la piel que rodea las uñas con los dientes. Freírse al sol. El placer de aguantarse y hacer pis con la vejiga a punto de explotar. También los parientes que nos llaman a la una de la mañana, llenos de ansiolíticos, y nos dicen que se les acabó el Rivotril y nosotros los atendemos, y los escuchamos y los dejamos hablar. O también nos exponemos con suavidad al taxista que narra con lujo de detalles cómo le cambia los pañales a su madre enferma de Parkinson y cómo le sostiene el duchador para que se bañe. Todos somos el yunque donde se descarga el martillo en algún momento. Pasarse el hilo dental y hacer sangrar las encías. Refregarse los ojos. El ruido, las discos llenas de gente transpirada, la humedad fría, el alcohol, las pastillas, la música a un volumen insoportable. El talento punk no es sádico como piensan muchos. Es masoquista. Por eso los alfileres, el pelo rapado y la ropa de segunda con agujeros y parches. Cuando uno comprende el dolor, la energía que se libera es impresionante.

Pero sobre todo el masoquismo es la gente que va a los talk-shows, los que se anotan para los realitys, las mujeres panelistas en los programas de la tarde, el público de los concursos, los artistas maltratados en programas de chimentos, las modelos anoréxicas, los famosos de cabotaje que se indignan porque muestran fotos suyas drogados, ebrios o desnudos. La TV es una reunión permanente de masoquistas anónimos.

Hay mujeres que prefieren dejar insatisfecha a su pareja de turno antes que ser reducidas a objeto de placer. (Es historia conocida: deja a su marido que es contador, se casa con su amante que es abogado y lo engaña con el jardinero.) Bueno, Lucía era todo lo contrario. No sólo ella se reducía a objeto de placer. También reducía todo lo que la rodeaba a objeto de placer, incluido yo. Como un Midas de bazar, en sus finas suaves manos los músculos se transformaban en vasos de vidrio irrompible que merecían ser puestos a prueba. ¿Vieron la película coreana Mentiras? Bueno, nuestra relación era parecida a eso. Teníamos una vara de mimbre. Y a veces era yo el que le dejaba las nalgas ardiendo. Es impresionante la temperatura que puede levantar la piel. Y el placer de sanar es inmenso. Empieza apenas unos segundos después del último golpe.

Algunas tentaciones nos angustian por su novedad. A veces el goce se vuelve algo insoportable. Besar un moretón, lamer una herida.

— Me das miedo, Lucía —decía yo por teléfono, mientras me preparaba para salir a verla. Porque al final nos da mucho placer la idea de que es posible lastimarnos. Se sabe. La conocida historia de los objetos peligrosos adentro de los objetos inocentes. Un dedo en un pote de crema, un ratón en una sandía, una jeringa en una butaca de cine, estiércol en una lata de Pepsi, un preservativo usado en el bolsillo de un pantalón que te estás probando en el negocio de un shopping. Necesitamos contar que, cuando nos relajamos, hay algo ahí dispuesto a modificarnos de alguna manera negativa.

Los hombres y las mujeres disfrutan con eso. Disfrutan peleándose con el cajero del supermercado chino, incitan a su perro a defecar en la vereda ajena para ser castigados, levantan el volumen de la música para autopunirse en la persona del vecino que no puede dormir. A veces lo límites se rompen. El vecino tuvo un mal día y se le va la mano. Alguien saca un arma. Hay dos o tres muertos. Es cuento conocido.

¿Quién no se convierte en un adicto? El maníaco-depresivo que es gerente de una multinacional y no para de trabajar, el ex fumador fundamentalista en la lucha contra el tabaco, el yonqui que deja las drogas duras por la pasión católica.

— Sustitución de dependencias —decía Lucía.

Y agregaba:

— Todos dependemos de algo.

Después me preguntaba si no me seducía la idea de que ella me metiera la mano entera en el ano. Podríamos calentar la hoja de un tramontina en la hornalla y ver qué pasa. A los dos nos gustaba el acero y yo seguía yendo a verla. La llamaba y pasaba por su casa después del trabajo.

Un día de muchísima humedad dijo que tenía ganas de atarme a una antena de televisión que había en la terraza. Hacía calor y era verano. Subimos descalzos. Para mí el asunto se pasaba de banal. En la terraza las antenas parecían un cementerio mal cuidado. Lucía me explicó que salvo por dos viejas mellizas que vivían en el segundo piso, todo el mundo tenía cable.

Buscamos un lugar alejado de la puerta. Era una terraza típica de edificio. Sucia, amplia, con sogas para tender la ropa y baldosas de color ladrillo. Ella me pidió que me subiera a una pared. Del otro lado no había nada y estábamos a cinco pisos de la calle. Las esposas hicieron un ruido seco cuando las cerró. Nos besamos y jugamos a desnudarnos. De repente, se escuchó un trueno. Vi nubes negras en el horizonte. Los rayos empezaron a caer primero lejos, después más cerca. Caían los rayos y después se oían los truenos y todo retumbaba. Empezó a llover. Primero unas gotas. Pero enseguida vi como se formaba un charco inmenso alrededor de mi remera negra con el logo de Harley Davidson que había quedado tirada en el piso. El agua me empezó a correr por la cara.

Le pedí a Lucía que me soltara y sonrió.

— Te voy a dejar toda la noche acá —me dijo.

Pasó un rato.

— No es gracioso, Lucía —le dije.

— No, de verdad, no encuentro la llave —me respondió.

Probó con una y con otra, pero no pudo. El viento cada vez se hacía más fuerte. Vi cómo se volaba una chapa. Los árboles de la calle se sacudían. Lucía seguía sin encontrar la llave. El agua le corría por las manos. Empecé a tironear para romper la antena. Nadie se iba a quejar de que lo estaba dejando sin televisión, eso seguro. Pero la antena estaba demasiado firme. Fue una suerte porque después de forcejear un rato me di cuenta de que, si lograba separarla de su base, era probable que el movimiento me tirara de cabeza al vacío.

La tormenta podía durar veinte minutos, o menos, pero si duraba una hora, me pescaba una neumonía. Me acordé de un chico en Trelew que apoyó la lengua en un poste de luz escarchado y tuvieron que venir los bomberos. Me acordé de un tipo que se subió a un árbol a podar unas ramas, se cayó y se enredó en unos cables de alta tensión. “No te muevas” le gritaron y llamaron a los bomberos. Me acordé de una pareja que estaba fornicando en un auto y un borracho los embistió con un Honda Civic. El auto derrapó hasta una pared y la pareja quedó desnuda y atrapada. Llamaron a los bomberos. Y siempre hay un fotógrafo listo para inmortalizar el momento.

— Pase lo que pase no llames a los bomberos —le dije a Lucía.

Era demasiado difícil explicarle que, si los llamaba, me tenía que vestir. Sentí un dolor dulce en las muñecas, donde el acero rozaba la piel. Los músculos de las piernas se me empezaron a poner rígidos. Cayeron dos rayos más y una descarga de adrenalina me corrió por la nuca. Me imaginé al otro día, todavía atado a la antena. Una de las mellizas sexagenarias sube a la terraza, cojeando con su bastón. Mientras cuelga sus medibachas y una sábana que le vomitó el gato, un tipo carbonizado, el pito parado, la mira con ojos vacíos atado a una antena negra. Un tótem humano, el resto diurno de una fiesta que salió mal, uno de los tantos sacrificios presentados a los concurridos dioses de los placeres extraños.

— No la tengo acá —dijo Lucía señalando el llavero.

— Voy a ir abajo a buscarla —agregó y salió corriendo.

Sentí que los huevos se me encogían. El agua era cada vez más fría. Todo muy normal. Una tormenta de verano de esas que pueden durar hasta dos días. En varias de las ventanas del edificio de al lado había luz. La gente estaba en sus cocinas, mirando en la televisión como un tipo adivinaba la respuesta correcta. Aplausos. O cómo metía la mano en una estanque lleno de cucarachas. Risas. O perdía los puntos que había acumulado. Ovación. Todos estaban secos. No sé cuánto tiempo estuve solo. Pero como se dice en estos casos, mientras duró fue eterno.

Cuando Lucía finalmente apareció con la llave y logró abrir las esposas corrimos juntos a la puerta que daba a la escalera. Nos abrazamos en la oscuridad. La lluvia golpeaba la chapa del techo con mucha violencia. Estaba hermosa con el pelo mojado y la remera adherida a la piel. Le saqué el short de tela de toalla que tenía puesto, la di vuelta y la penetré apoyándola contra la pared. Acabamos juntos. Ese día me quedé a dormir por primera vez. Estuvimos en la cama hasta las dos de la mañana. Ella propuso comer las empanadas frías que había pedido al mediodía y yo prendí la televisión. Cuando me estaba despidiendo, me dijo "No quiero perderte". Después de eso nos vimos un par de veces más. Pero ya no era lo mismo. Al tiempo, decidimos de común acuerdo dejar de vernos. Todavía la extraño.



(Publicado en Música para rinocerontes, Editorial El cuervo, La Paz, 2010.)

http://witzky.org/genovese/la-seduccion-de-la-letra/

domingo, 6 de marzo de 2011

Perdoname que no fui

Siguiendo un tuit del periodista y animador cultural Facundo Falduto, aka @elfaco, llegué a este sitio: www.sorryimissedyourparty.com Simplemente se trata de un gran arte de curadoría fotográfica on line. Las herramientas web son básicas: una cuenta de flickr, un blog, paciencia, curiosidad y, desde luego, talento para elegir. ¿Qué es lo que vemos? Fotos de, entre otros, tres nerds haciendo el trencito más triste del mundo, una familia wasp con sombreritos de papel, mujeres solas en bares, adolescentes demasiado mal arregladas para fiestas de fin de curso, hombres vomitando con camisas de colores fosforescentes, gordos sonrientes. Las fotos son todas home made y eso hace más patentes dos cosas. La primera, no nos perdimos nada al perdernos esa fiesta. (Esa es la ironía del título.) La segunda, conocemos de sobra ese tipo de conmemoraciones. (Y no es tan gracioso admitirlo, ¿o sí?) Los comentarios, atinados y breves, muchas veces enriquecen las imágenes. Otras veces sentencian máximas inapelables: “Todos parecemos estúpidos cuando bailamos”.

viernes, 4 de marzo de 2011

Arte, provocación y guarradas en la calle



El último jueves de febrero fui a la inauguración de “Arte y provocación”, una retrospectiva que el Centro Cultural Recoleta le dedica a Miguel de Molina. Vi vestuarios, zapatos, carteles de cine y teatro, y muchos autógrafos de famosos, uno de los cuales es una foto de Perón donde el General le agradece a Molina por haber actuado para los trabajadores. El cruce “arte y provocación” me resulta tan atractivo como el clásico “arte y política”. Desgraciadamente uno puede salir de la muestra sin entender en qué provocaba, a quién provocaba y por qué provocaba Molina. (La historia dice que era un icono gay y que el franquismo lo empujó a su exilio en la Argentina.) Si está bien o mal que el Recoleta haga este tipo de homenajes me lo guardo. Lo que sí quiero decir es que, en esta muestra, de arte, poco, y de provocación, nada de nada.

Unos días antes, el lunes 21, Página/12 publicaba una nota titulada “Cuando piropear se confunde con la agresión”. La noticia: hace poco Buenos Aires se sumó a un movimiento internacional, desarrollado en distintas ciudades del mundo y a través de la web, que busca combatir los piropos lascivos a los cuales considera “acoso verbal callejero”. El sitio se llama buenosaires.ihollaback.org y su impulsora es Inti María Tidball-Binz, una curadora de arte de veintinueve años que vive en San Telmo. Apenas empieza la nota, Inti María se pregunta, obtusa, “¿cuánta gente encontró el amor de su vida diciéndole un piropo en la calle a otra?”, y enseguida avisa que “en Nueva York promueven sacar una foto con el teléfono celular al acosador y subirla a la web”. A primera vista parece que estamos frente a una rara mutación de la eterna cruzada de las “señoras bien” contra la picaresca. ¡Cuántos equívocos en tan poco espacio! Casi se podría decir que es algo bello. Voy a ahorrarle al lector la defensa de la riqueza idiomática de la obscenidad y la reivindicación del piropo como género menor. Pero me pregunto: ¿Dónde termina el comentario admisible y dónde empieza la guarrada? ¿Quién decide qué provocación es arte y qué provocación es exhibicionismo? ¿Qué diría sobre el tema Miguel de Molina? Realmente me gustaría conocer su opinión. Y si el presupuesto da para ampliar la sesión de espiritismo también podríamos consultar a Manuel Puig, Alfonsina Storni, Néstor Perlongher y Salvadora Medina Onrubia.

Inti María debería saber que si convocamos al Gran Otro Social para que ayude a juzgar y condenar algo tan subjetivo como el efecto de un piropo es muy probable que fallemos. Mariana Carbajal, autora de la nota, admite que lo que a una mujer le da miedo, a otra mujer la halaga. ¿Lo grosero implica siempre una agresión? Una amiga me dice por chat: “Se sabe. No es lindo que te digan algo, pero si no te lo dicen te sentís fea.” Al mismo tiempo es difícil ver un aporte genuino en el proyecto importado de Inti Maria. La pelea por el aborto libre y gratuito, la asistencia psicológica y judicial a mujeres golpeadas, la lucha contra la trata de personas, se me antojan temas más urgentes y menos abstractos a la hora de plantear una militancia de género. Por otra parte, luchar contra el acoso callejero por medio de blogs suena tan eficiente como intentar frenar un colectivo mandando un mail o a protegerse de la lluvia vía twitter.

Durante la conferencia de prensa en la que Mauricio Macri presentó al Midachi Miguel del Sel como pre-candidato a gobernador por la provincia de Santa Fe, el cómico –me refiero a Del Sel– dijo desear que “los negritos se bañen con agua caliente y dejen de manguear”. Acto seguido, Claudio Leoni, secretario general de la Federación de Sindicatos de Trabajadores Municipales de Santa Fe, presentó una denuncia en el Inadi por considerar esa frase discriminatoria. Por más que le doy vueltas a la expresión de Del Sel no logro encontrar en ella ánimo discriminatorio. La denuncia, entonces, me resulta excesiva y frívola. ¿Somos una sociedad más justa si suprimimos los piropos callejeros y expresiones coloquiales y hasta cariñosas como “negritos”? No creo. Sí creo que estos mecanismos de control paranoico de la lengua nos empobrecen, más allá del uso político espurio que puede dárseles. El crítico ruso Víctor Sklovski, uno de los fundadores de la teoría literaria moderna, consultado sobre los temas del poeta Vasili Rózanov, dijo que todavía no eran “de suficiente mal gusto para convertirse en buenos”. Hay poesía potencial en la infracción sintáctica, en el desafío a la norma, en la violencia latente de un insulto. Termino así con un deseo para este 2011: encontrar a Inti María Tidball-Binz en un versnisagge, tomar juntos una copa y luego decirle que me encantaría romperle el culo a pijazos. Salud.


(Publicado en El Guardián #3, marzo del 2011)


martes, 1 de marzo de 2011

En tus últimas noches

de Francisco Lumerman

Reestreno 11 de marzo de 2011.
Declarada de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura de la Nación
Participante del Programa Work in Progress del C. C. R. Rojas

Este viernes 11 de marzo a las 23.00hs vuelven las funciones de En tus últimas noches, de Francisco Lumerman, en la sala de Boedo 640 de Timbre 4.

La obra relata el encuentro de dos primos después de muchos años en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, los cuales deben convivir forzadamente, junto a sus esposas. Deben llevar adelante un negocio familiar e intentar acomodarse a una nueva realidad donde llueve nieve ácida, circulan tanques, balas y la juventud se moviliza en nombre de Perón. Habrá que sobrevivir entre agua estancada, hormigas y el documental "Sinfonía de un sentimiento" que se repite una y otra vez en la TV.

¿Hasta dónde el ser humano puede soportar la violencia? ¿Cómo influye el afuera en nuestros vínculos mas íntimos? ¿Cuándo y cómo cada uno de nosotros decide naturalizar lo horroroso? Estas son las preguntas-disparadores que se hace el dramaturgo y director Francisco Lumerman en la indagación del universo de esta obra.

Sobre la referencia al peronismo dice el director: “Este texto apareció como una necesidad. Fue la primera vez que me propuse escribir un texto sin indagar en el cuerpo de los actores previamente. Tenía imágenes muy concretas y para mí, poderosas. El peronismo se hace presente, no a través de una indagación histórica sino a través de una evocación de conversaciones, relatos que escuché hace algunos años en la sobremesa de los almuerzos familiares.”